jueves, 8 de diciembre de 2011

Three months, four countries

En efecto, después de la salida de Estoril, éste cachorro no dejó de viajar.


Primero, el viaje de vuelta a Évora, donde estaba yo de vacaciones con mi tía en ese momento.
Metí a Cucky en el transportín, envuelto en la toalla amarilla que nos había dado la criadora. Durmió durante todo el viaje, y de vez en cuando, metía mi mano entre las rejillas para acariciar su suave pelo. Pocas veces abrió sus ojitos, pero cuando lo hacía y me miraba, una sonrisa invadía mi cara y no conseguía contenerla.


Por fin llegamos a Évora, y allí nos esperaban mi tío y tía abuela, con quienes se llevó a las mil maravillas.
Poco a poco, se atrevió a seguirme a otros rincones de la casa de mi tía y... a dejar un charquito en todos ellos. Ese era un contratiempo que no había pensado que fuese tan trabajoso. En dos meses,  yo manejaba la fregona, cual tenista su raqueta.


Después de sus pequeños descubrimientos, llegó la noche, y junto a ella, la hora de acostarse.
Una de las decisiones que tenía tomada desde el principio, era que el perro no dormiría en mi habitación, mas en la cocina. También fue una de las decisiones que más me ha costado realizar tras ver la primera noche, mejor dicho, oír la primera noche.
Estaba tumbada en el sofá viendo Get Smart, una de mis series preferidas, cuando vi la hora, tenía que acostarme, y a él también. Cogí al perrito en brazos y lo llevé a la cocina. Lo coloqué cuidadosamente en el colchón y me retiré lentamente. Sus ojos me miraban en la oscuridad, con confusión y sin saber que estaba pasando. Aparté la mirada y cerré la puerta.


"Aparentemente todo ha salido bien".  Eso creía yo hasta estar en la cama y escuchar un llanto que causaba escalofríos. Me daban ganas de llegar allí, abrazarle, llevármelo conmigo y dormir junto a él toda la noche. Pero eso no podía ocurrir, ¿qué pasaría el resto de las noches si no fuese a buscarle?
Así que, decidí quedarme en la habitación y esperar a la mañana que vendría en pocas horas.


Día siguiente, me levanto con una rapidez con la que nunca me había despertado. Fui corriendo a la cocina, mi tía ya estaba allí, pero él, que parecía ya que sabía quien era el dueño, se acurrucó inmediatamente en mis piernas.



Los días siguientes en Évora fueron similares.
En las próximas entradas os contaré como fueron en los demás sitios.

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