viernes, 9 de diciembre de 2011

Lisbon, beach time



Principios de Agosto, 2011


El viaje no fue tan bueno como el primero de todos, pues iba dormidito y todo era nuevo para Cucky.
Podría decirse que no le gustaba NADA el transportín, y que el 94% del viaje fue con un gemido constante. Pero eso ya lo había demostrado en la primera ida al veterinario (que prefiero no recordar) ya que se mantuvo llorando dentro, y fuera del transportín.


Llegada a Lisboa, casa de mi tía abuela, todo iba bien, solté a Cucky y... ¿qué fue lo primero que hizo?
Como no, se situó en la alfombra más antigua de la casa, a... descargar la mercancía.
El tema de las necesidades también era un poco complicado porque estaba en la edad en la que todavía no había terminado las vacunas y los veterinarios no aconsejan que el perro salga a la calle. Y como era mi primer perro, yo prefería no arriesgar.


La primera noche, terrible. Llantos, gemidos, lloros, sollozos, cualquier palabra relacionada con la aflicción que puede sentir un cachorro en una noche en la que necesita compañía.



Sin embargo, por la mañana, como si nada hubiese pasado. Robaba las chanclas y huía con ellas. El problema, es que eran de su tamaño y muchas veces el regreso a su escondite con el rehén... no terminaba como él quería, pues tropezaba con la chancla y se quedaba por la mitad del camino.

Todas estas aventuras del pequeño cachorro eran estupendas, pero, había un problema, la ida a la playa.
Como todo el mundo sabe, los perros no están permitidos en la playa,  y yo no quería ningún problema con las autoridades, y mucho menos si fuese por mi perro. El caso es, que los primeros días, le engañaba con una pelota, pero a los cuatro días, Cucky ya no se creía ese cuento.
Ignoraba la pelota y se pegaba a mis piernas, a veces soltando un gemido anticipando lo que ocurriría en breves momentos.


Cada día,nuestra vida en Lisboa iba siendo más fácil y rutinaria, pero, llegaba el momento de partir.


Próximo destino: Algarve

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