domingo, 25 de marzo de 2012

My first walk and bath

Cuando volvimos de Andorra empezó el colegio, y la vida volvía a hacerse rutinaria.


El 7 de septiembre cumplía tres meses, y eso implicaba visita al veterinario. Todo estaba en orden y en tres días podría dar su primer paseo.


10 de septiembre de 2011


Salí un sábado caluroso, con una luminosidad que te recuerda a esos recientes días de verano, con mi perro en su arnés y correa nuevos.
Dicen que en el primer paseo no se debe cansar mucho al cachorro. Ese fue un error que cometí. Dimos una vuelta de media hora. Yo, no estaba acostumbrada, llegué a casa completamente agotada y él, tampoco estaba muy alegre. Al principio parecía estar muy contento, olía todas las flores que se encontraba e iba agitando su colita por el camino. Sin embargo, al final, estoy segura de verle suplicar que le cogiera en brazos. Segurísima. Se paraba en frente mío y emitía un llanto. Recuerdo decirle "Venga, que ya queda poco".


Poco para mí, seguía siendo mucho para aquella pequeña bolita de pelo, que cuando llegó a casa tenía las patitas sucias, negras por el asfalto. Hay que añadir que en mi urbanización no hay aceras, y que el asfalto que había en la carretera era reciente, por lo que manchaba mucho. Tengo pena de no haber sacado fotos...


El día 12 llegó el día del primer baño.


Lo que me pude reír. La bola de pelo se había convertido en un ratoncito blanco y negro que no paraba de intentar saltar de la bañera y de sacudirse, salpicando a toda la familia.
Y la parte del secador ya ni se cuenta. Hilarante. Desde este                                                                                 día a veces le llamamos "El Pequeño Gremlin" porque cuando intentamos secar la cabeza usando el secador, se volvió literalmente loco. De hecho, parecía un gremlin. Intentaba morder el aire, se agitaba y saltaba de nuestros brazos. No se sacaron fotos de ese momento, pero en entradas futuras pondré algunas también con el secador.

martes, 20 de marzo de 2012

Hallway adventure

El día 4 llegamos a Andorra, paseamos mucho, y siempre llevé a Cucky en brazos.


No había nada de nieve en las montañas así que las fotos que hicimos no parecen exactamente de Andorra. De cualquier manera, subimos hasta el último piso de un edificio donde había una terraza. Por lo menos así se verían las montañas en la foto de "Cucky en: Andorra"


En los días de Andorra no pasó mucho más, a excepción de una buena historia. Muy buena historia. Probablemente, la situación en la que más vergüenza he pasado a causa de mi perro. Es una historia completamente verídica. Aquí va:


Si no me equivoco, ya habíamos pasado una noche en el hotel (que como en Francia, aceptaba perros) y pensé que el pobre cachorrito se pasaba el día en mis brazos, y cuando no estaba en ellos, descansaba en la habitación, por lo que decidí dar unas vueltas con él en el pasillo.
Hay una serie de factores que me llevaron a hacer esto, hoy, ni se me pasaría por la cabeza. Cucky todavía no bajaba escalones, por lo que no podría huir de piso; él me seguía a todas partes, me levantaba y se levantaba también, por lo que tampoco huiría y por último, era casi la hora de la comida, así que nadie lo distraería.


Habiendo planteado ésto, decidí salir con él al pasillo.
Empezamos a correr, dimos la vuelta al piso entero y dimos media vuelta. Volvimos a correr, llegamos hasta el final del pasillo, y así unas cuantas veces.
Tras cuatro, o cinco vueltas, ocurrió algo, que en ese momento no pensé que pudiese suceder. Sin embargo, pensándolo ahora, es algo obvio. 


Cucky me adelantó y de repente se paró frente a una puerta. Empezó a hacer las típicas vueltas olisqueando el suelo y me temí lo peor. "Vamos Cucky, venga, sígueme. No te pares" Nada. Él se paró, e hizo lo que yo temía. Pensé: "Bueno, vuelvo corriendo a mi habitación a por toallitas y lo limpio"


Pero, existe algo, que muchos pensamos que es mentira, la ley de Murphy. Estaba yo esperando a que  Cucky terminase, cuando oigo unos ruidos en la habitación frente a la que se había parado el cachorro. "No puede pasar, no puede pasar". Sí, pasó. Abrió la puerta una señora, rusa diría yo, que se empezó a reír. Gestos disparatados de disculpas salían de mis brazos sin apenas sentido, mientras balbuceaba sonidos incomprensibles. Esto ocurría cuando pasó otra pareja de señores mayores que también rieron ante la situación.


Una vez terminado el acto que provocó el sonrojo de mis mejillas, cogí a mi perro en brazos y corrí hacia mi habitación a por toallitas, las encontré, y volví hacia el lugar del crimen. Allí me esperaba la simpática señora que seguía con una sonrisa en su cara, intentando evitar la carcajada que estaba a punto de salir por su boca.
Recogí todo, y me volví a disculpar. Mis mejillas ardían mientras daba la espalda a la señora y aceleraba el paso.




El día 6 de septiembre volvimos a Madrid, dejando atrás todos los locales donde pude pasar millones de aventuras con mi perro de casi tres meses.